El último fragmento en blanco y negro, que es un estudio de cabellera, lo dibujé para un buen amigo. Cuando lo tuve terminado, me salió mandarle un mensaje un tanto abrupto; “ya he acabado contigo”, le espeté. No pretendía ser cortante, pero me salió así, sin más, sin tamiz, muy de dentro, no sabía muy bien de dónde, pero intuía que había un trasfondo de verdad en la dureza de lo dicho. Y lo entendí cuando a los pocos días leí que Tristan Tzara, el poeta dadaísta, afirmaba que el artista se identifica con el objeto, se mezcla íntimamente con él “hasta convertirse en sus fibras y desposar su dolor” y para hacerlo “debe vaciarse”, aplicar toda su capacidad de amar y “alcanzar un estado de receptividad total, abierto incluso a las alas resplandecientes de la muerte”. De esta forma, “mata al objeto, pero se conquista a sí mismo”; se apodera del objeto “por medio de la violación o la ternura, pero, al ahogarlo, lo expresa” y “toda expresión cuando tiende a completarse es, en cierta forma, un asesinato”. Et voilà!

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